6/2/2020


   Elocuencia de lo sepulto de Eugenio Castro.
   Sigue liderando la ortodoxia en el surrealismo español. Y de esa pureza me viene a ratos olor a alcanfor, a cosmética acomodada, pero en otras ocasiones huele a victoria heroica de lo subterráneo. Quisiera elegir solamente la segunda parte de esas dos sensaciones. Así, escojo algunos de los textos que más me han removido del sillón pequeño-burgués en el que los he leído:




Siento el cielo despellejarse y no resisto el temblor por debajo de los pies. En el abismo se contrae la delicadeza.

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Destrípame, vieja cesura que me abarca el hígado, para que pueda alcanzar la beatitud en este día de insurrectos.

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Al trasluz, una viuda desnudó las mentiras a la obediencia. Portaba navajas que lanzaba a las nubes. Algunos ángeles lamieron sus heridas. Y en el azur, los perros masticaban los hígados de Dios. Nada impidió el aleluya de los fugitivos.

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La cicatriz se me comió la cicatriz. Me recorrió un dolor infante. A lo largo de su cielo se formó un ciclón. Un ciclón. ¿Qué ha sido de los ciclones en este siglo de huérfanos? La humanidad paga su penitencia. Lo había dictado el miedo.

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Les dieron su ración de costras a todos los inocentes, y estos lucieron sus dientes limpios como osamentas de escorpión.

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¡Ah!, esas mujeres, partidas por la mitad, en una calle sembrada de malezas. El azote más bello, como una cabellera que engarzaba a todas las promesas. Más tarde dijeron la verdad mientras morían junto a los árboles bajo una lluvia sin definir.

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