Comemos en La Cartuja. La
escenografía taurina acoge bien, potencia el sabor del solomillo a la pimienta
mientras fijamos la vista en el albero.
He leído Postales en
un cajón de galletas. Es curioso. He sido testigo del nacimiento y crecimiento de la mayoría de los
poemas que integran este libro. Ahora, un certero símil sentimental los convoca
bajo un título.
He
tenido sensaciones de familiaridad y ternura ante algunos de ellos: ‘Palabras
de sutura’, ‘Mensajería celeste’ o ‘Parte de guerra’. He recordado la primera
vez que escuché cómo Ángel Manuel recitaba ‘Neorromanticismo’ a mi lado en la
radio regional de Murcia, la primera vez que nos entrevistaron juntos como «estos
poetas que dirigen la revista El coloquio
de los perros».
Qué
bueno es, con toda su confesionalidad, ese poema:
NEORROMANTICISMO
Camino del Algarve,
en pleno siglo XXI,
escuchando a los Burning,
tengo saudades de los
malditos ochenta.
De ese futbolín del Latino,
de una mirada furtiva de Yolanda,
de noches de billar y palomitas,
de Agua de Valencia y faldas
de chicas que aspiraban a ser
Olivia Newton John y soñaban
con descubrir el amor y el viento
en las laderas de una Harley.
Sin duda alguna,
no fueron buenos tiempos.
Pero fue el mío.
Y aún es el mío.
Y
otros zarpazos en versos de ‘Madrugada’, ‘Intromisión’ o ‘El arte de la decepción’.
Me
alegra ver que esas confluencias se plasman al fin en una obra definitiva, con
el aval del premio Dionisia García.
La
voz de Ángel Manuel crece y se extiende. Brindo por ello.
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