27/6/2020


   Así termina de Natxo Vidal. Un blues que, dadas las circunstancias de encierro involuntario por pandemia, decide vivirse reduciendo a lo justo el volumen del ruido social y jugando con el mono loco de Thelonius Monk, una anárquica parrilla audiovisual improvisada por Andrés Calamaro en redes sociales, la lectura celeste de Rodrigo Fresán, siete traducciones arrítmicas, caninas, paranoicas, eróticas, violentas, orientales y trágicas del español al español, y un inicio y final de partida cortazariano con la obra aviar del genial pinchadiscos literario Alejandro Hermosilla.
   Uno de los primeros experimentos poéticos fruto del primer experimento químico-político a escala mundial del siglo XXI.





Me fascinaba pelar los conejos.
Ayudar a pelarlos.
Mantenerlos en alto,
con las patas abiertas,
colgados en el aire, boca abajo,
calientes todavía.
La sierra del cuchillo
rasgando
(ruc-ruc) la piel
de las patas traseras,
(ruuuuuc) rasgando el vientre.
Antes que la evisceración,
antes
que el cuchillo bajando,
vértebra
a
vértebra
(clac-clac-clac),
hasta dejar partido el cuerpo en dos
pedazos
(que no se te baje, cariño,
mantenlo siempre
alto),
antes
que sujetar el corazón
o los riñones con mis propias manos
lo que más me asombraba,
antes
de todo lo demás,
era la piel colgando, vuelta del
revés, la carne al aire,
igual que un niño
con los brazos en alto y el pijama
atascado en el cuello.
El resto
ya casi no
me interesaba.
Tripas, ojo y sangre. Mierda,
en muchas ocasiones.

Me fascinaba pelar los conejos.
Ayudar a pelarlos.
No me lo dijo nadie, lo aprendí
yo solo,
allí
manteniendo bien alto
aquellos animales.

Así
iban a ser las cosas
por dentro,
siempre,
al darles la vuelta:
todo da asco.
Todo mancha.

Comentarios