Hay libros que avanzan en su
promoción de forma autónoma. El boca a boca entre lectores cremosos de El asesino tímido de Clara Usón ha
tocado a mi puerta en forma de recomendación. Lo hizo mi compañera de Historia
Flori Celdrán antes de acabar el curso anterior, guiñándome el ojo: «Este
verano deberás leerla. Ya verás por qué te lo digo». Tal cual lo dijo, me
pareció que su encomienda sería por nuestro gusto por el análisis cultural y
social de la transición española, pero me equivocaba. Tiene que ver con la
referencia mitológica a la que recurre esta novela, Sísifo, y a la manera de
conectar ese mito antiguo en la contemporaneidad autobiográfica de Usón. Mi fotógrafo ciego, en esa liga
generacional, también es su asesino
tímido.
Fui joven en una época
en que el futuro parecía también joven y nuevo, no una mera prolongación de
años tristes que se arrastraban y olían a polvo y encierro. Mis contemporáneos
y yo estábamos convencidos de que nuestras vidas serían mejores, más prósperas,
más libres que las de nuestros padres, de quienes renegábamos, de los que nos
avergonzábamos, como si fuera su culpa haber crecido y vivido bajo la
dictadura.
Los jóvenes no temen a la muerte, o no les preocupa, la saben lejana, es
algo que llegará, sin duda, pero no les acaecerá a ellos, sino a los seres
incoloros y dóciles en que se habrán transformado por el paso del tiempo, tan
similares a esos padres que les repugnan; los jóvenes, si tienen miedo a algo,
es a dejar de serlo, a convertirse en adultos con ataduras, rutinas,
responsabilidades, de ahí proviene la urgencia y el ahínco y la pasión que
ponen en ser jóvenes, en dedicarse a eso, a disfrutar y alargar cuanto puedan
las prerrogativas de una edad llena de posibilidades y nuevas experiencias y
casi, casi, sin obligaciones. O al menos así viví yo mi juventud, así la vivió
mi generación. Queríamos divertirnos, queríamos ser modernos (por
contraposición a nuestros padres, esos hijos de Franco, a quienes llamábamos
«viejos»), queríamos probarlo todo, ¡queríamos ser europeos!, y no, no teníamos
ningún miedo a la muerte, nos daba la impresión de que nuestra juventud nos
hacía invulnerables, pero la vida nos sorprendió alternando los funerales de
nuestros amigos con los de nuestros abuelos.
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