3/1/2021


   Ayer, después de cenar, desconecté el móvil y visioné de forma aleatoria un atracón de entrevistas en el programa La resistencia: Ester Expósito, Rossy de Palma, Macaco, Boris Izaguirre, Fermin Muguruza, Ernesto Sevilla, Alejandro Sanz, Rozalén, Berri Txarrak, Macarena García, Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, El Drogas, Miguel Noguera, Alaska, Chica Sobresalto, C. Tangana, José Coronado, Miguel Ríos... Así hasta las tres de la madrugada.
   Por la mañana me despierto con la noticia de la muerte de Guadalupe Grande a los cincuenta y cinco años. Pongo a trabajar el buscador de internet y veo que la primera entrada reza: «Guadalupe Grande está en tendencia en Twitter». En seguida se han confirmado mis sospechas sobre la predecible, vocinglera y desatada sororidad ante esta muerte. Parece que hemos perdido a Madame Curie, como mínimo.
   Ángel Manuel me pregunta si tenemos algún archivo en El coloquio de los perros sobre Guadalupe para hacer un recordatorio en redes sociales. Busco entre las carpetas de la primera época de la revista, de 2000 a 2014, y no encuentro nada en la hemeroteca: ni un inédito, ni una entrevista, ni una colaboración. Solamente es mencionada de pasada en una entrevista a Luis Eduardo Aute o en algún ensayo sobre autores contemporáneos españoles, pero Guadalupe Grande se nos escapó. Una pequeña laguna en nuestro currículum.
   Quizás se deba a que he leído sólo cuatro poemas sueltos de ella en toda mi vida. Y de Paca Aguirre, su madre, tres cuartos de lo mismo. Mi atracción a la figura de su padre era tan fuerte —además, fue uno de los que con más vuelo literario escribió sobre cante jondo— que no me extraña que no haya sido registrada coloquialmente.
   Hoy va a ser el primer día que saldré a la calle desde que llegué del hospital. Debo desatar este agarrotamiento de piernas y fatigar asfalto.
   Después, aparcado en el centro comercial, he recordado lo larga que ha debido de ser la sombra de Félix Grande en esa familia de creadores. Me cuentan, sin embargo, que Guadalupe iba hace tiempo buscando una institución para el legado de su padre y nadie le echaba una mano en serio con el tema. Qué poco raro me parece esto.
   Empiezo a conjeturar: ¿quizás tenga que ver con envidias acumuladas a lo largo de su trayectoria en Cuadernos Hispanoamericanos? Félix se convirtió en uno de tantos “productos” de los años 70 y 80, de esa transición española tan despreciada ahora. Además, su amistad tardía con Luis Rosales, su religiosidad compartida, se cobró muchos rencores invisibles entre los poderosos “monteristas”.
   Lo dicho. Ociosas conjeturas.
   Más desgaste y tristeza.


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