9/3/2021


   Guillermo Busutil anda maquinando un reportaje sobre la poesía y le gustaría que le contestase en breves líneas a estas tres cuestiones:
 
   Un libro de poesía que fue la llave que abrió el camino o te enroló en su lenguaje.
 
   Fue Azul... de Rubén Darío. Cuando tenía 15 años, la lectura del soneto ‘Caupolicán’ me deslumbró. Lo sigue haciendo hoy. Mi primer hijo se llama Darío por todo lo que me dio el nicaragüense universal.
 
   Una lectura que en un momento supuso mucho más que un libro.
 
   La lectura de Ficciones de Borges. Creo que, si existe una obra literaria perfecta, esa es Ficciones. En seguida ataqué de forma enfebrecida el resto de su obra, con especial hincapié en la poética, versión lírica de su cosmos puro, que pasó a ser mi “religión”.
 
   Dame de la poesía para ti un verso o una frase.
 
   Como estoy torpe, Guillermo, no sé si aquí preguntas un verso o frase de algún autor leído o de mi percepción de la poesía. Por si acaso, te dejo las dos opciones:
   1ª) La definición que hace Javier Egea de la poesía en el último endecasílabo de uno de sus sonetos más célebres: «pequeño pueblo en armas contra la soledad».
   2ª) Un fragmento de una poética que hace quince años me pidió Fernando García Lara para una antología de poetas andaluces (toda mi familia es almeriense y mi vinculación con Andalucía, empezando por mi nombre de santo granadino, es fortísima): «Al fin y al cabo, la poesía es como el alma de una cebolla, vas quitando las capas y queda únicamente su corazón. Es aire, dirán algunos. Sí, pero es corazón».


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