Una compañera de trabajo que no
es madre me preguntó, al poco de nacer mi primer hijo, cómo estaba viviendo la
experiencia. Noté que me preguntaba por simple cortesía, al enterarse de que un
compañero acaba de ser padre. Aún así, me esforcé por contestarle
enfáticamente.
—Pues es algo mágico, salvaje. Es la primera vez que te das cuenta de que darías con toda seguridad tu vida por una persona, sin dudarlo. Esa sensación es impresionante.
Me cortó inmediatamente, a la defensiva, con palabras ensayadas:
—Bueno, en realidad no darías la vida por él, sino por ti, porque a los hijos, en el fondo, se les quiere por ser una prolongación de tu yo. No es más que otra manera de quererte a ti mismo.
Debo reconocer que me impactó durante unos segundos su argumento. Entonces, tuve que aplicar de nuevo la técnica de decir lo contrario de lo que pienso, así que de mi boca salió: «No lo había visto así, quizá tengas razón»; cuando lo que realmente quería decir era: «No tienes ni la más remota idea de lo que estás diciendo, ignorante».
—Pues es algo mágico, salvaje. Es la primera vez que te das cuenta de que darías con toda seguridad tu vida por una persona, sin dudarlo. Esa sensación es impresionante.
Me cortó inmediatamente, a la defensiva, con palabras ensayadas:
—Bueno, en realidad no darías la vida por él, sino por ti, porque a los hijos, en el fondo, se les quiere por ser una prolongación de tu yo. No es más que otra manera de quererte a ti mismo.
Debo reconocer que me impactó durante unos segundos su argumento. Entonces, tuve que aplicar de nuevo la técnica de decir lo contrario de lo que pienso, así que de mi boca salió: «No lo había visto así, quizá tengas razón»; cuando lo que realmente quería decir era: «No tienes ni la más remota idea de lo que estás diciendo, ignorante».
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