La
Biblioteca Regional de Murcia ha anunciado nuevos clubes de lectura con autores
que juegan en casa. Los participantes serán Jerónimo Tristante, Paco López
Mengual, Ginés Sánchez, Charo Guarino y Miguel Ángel Hernández. Por supuesto, no
tengo ningún argumento en contra acerca de este dinamismo lector y este listado.
De hecho, admiro la narrativa de Ginés y Miguel Ángel especialmente. Sólo
esbozo una sonrisa resignada e irónica, porque hay una desproporción numérica
de autores varones frente a la escasez de mujeres en ese plan de clubes y, sin
embargo, la pareja de uno de esos varones, que tan acostumbrados estamos a que a
la mínima se queje públicamente del desprecio
a las escritoras, en esta ocasión no va a decir ni pío, ya que está su maromo en esa lista y no considerará
adecuado levantar la voz ante lo que, con otros nombres propios, pondría el
grito en el cielo.
Uno contempla este tipo de hipocresía descarada con mucha frecuencia, pero no termina de curar su espanto.
Esta
tarde he leído el libro Confesión de
Violeta Sáez. Destacan en él versos sueltos de ensoñación, fruto de un candor
que se desea recuperar o, al menos, conservar: «Cometa helado: / quiero
escuchar tu canción». En mitad de algún poema también se encuentra libre alguna
estampa que podría considerarse palabra sobre lienzo: «La granada, / corazón
incorrupto / siempre en llamas».
Si la autora ha vivido experiencias en Japón, el orientalismo estacional debía provocar haikus como este: «Tritón, membranas: / escamas del otoño / rozan el agua».
Como pieza entera, la página que más me ha llamado la atención es la titulada ‘Sígueme’, que desprende ese aroma de simbología erótica adolescente sin resbalar en el tópico previsible: «Contemplas el destello de sombra, / tú misma tan cerca de él; / cansada de viscosas humedades. / Prefieres ignorar eso esta noche / pero hay en la ventana de tu vientre / un código de barras silencioso».
Entre la filantropía, el apetito y el desafío, la mano que escribe Confesión guarda apego por la asonancia y en muchas de sus estrofas sobrevuela algo de bosque lorquiano.
Perturbadora es su despedida del lector con este aviso carnal: «Aún no llevo dientes de oro, / solo una lengua plateada, / que se enrosca si te siente / como un anzuelo en el mar».
Uno contempla este tipo de hipocresía descarada con mucha frecuencia, pero no termina de curar su espanto.
Si la autora ha vivido experiencias en Japón, el orientalismo estacional debía provocar haikus como este: «Tritón, membranas: / escamas del otoño / rozan el agua».
Como pieza entera, la página que más me ha llamado la atención es la titulada ‘Sígueme’, que desprende ese aroma de simbología erótica adolescente sin resbalar en el tópico previsible: «Contemplas el destello de sombra, / tú misma tan cerca de él; / cansada de viscosas humedades. / Prefieres ignorar eso esta noche / pero hay en la ventana de tu vientre / un código de barras silencioso».
Entre la filantropía, el apetito y el desafío, la mano que escribe Confesión guarda apego por la asonancia y en muchas de sus estrofas sobrevuela algo de bosque lorquiano.
Perturbadora es su despedida del lector con este aviso carnal: «Aún no llevo dientes de oro, / solo una lengua plateada, / que se enrosca si te siente / como un anzuelo en el mar».
Muchísimas gracias por la reseña, se trata de poemas de juventud. Como toda mi generación, crecí a la sombra de Lorca. Salud y viva la poesía.
ResponderEliminarConozco pocos árboles más frondosos que el de Lorca para crecer bajo su sombra. Un abrazo, Violeta. Salud y libros.
Eliminar