3/1/2024


   Vilma Domínguez, maestra de música y narradora de Mazatlán a la que no conozco aún en persona pero con la que comparto simpatía y complicidad literaria, ha enviado un relato titulado ‘Neópteras’ para que el comité de lectura de El coloquio lo valore. Qué gesto más honesto. Habría podido enviarme directamente a mí su relato con la seguridad de que se publicaría y, sin embargo, ha preferido someterse al juicio de unos críticos que no la conocen de nada. ¿Lo mejor de todo y una pequeña lección? Que el relato ha sido aprobado sin necesidad de ningún espaldarazo. Decía Marcial que el hombre honesto es siempre un principiante. Vale, no negaré esa máxima, pero he de añadir que ojalá en el mundo el número de aprendices superase con creces al de expertos.
   Le he dado la enhorabuena a Vilma por no necesitar mi enchufe, que allí llaman ‘palanca’.

 

 
   He terminado de leer A salto de mata, fragmentos de diarios que el poeta-filósofo José Luis Zerón Huguet escribió entre 2008 y 2016. Tiene un título homólogo al de la autobiografía de Paul Auster. Entre derivas mágicas y caminos rizomáticos, me quedo con la defensa del Octavio Paz poeta, tan infravalorado ante su obra ensayística. Recuerdo sentir, como reconoce Zerón, una intensidad altísima al leer a los 19 años El mono gramático. Quisiera, en los próximos días, releerlo. Me han dado ganas.
   Confío plenamente en el criterio cinematográfico, musical y literario de José Luis, así que me llevo apuntadas múltiples referencias para ser consumidas en futuras horas de ocio: una película de Peter Weir, una pieza de Olivier Messiaen o una novela de Joan Lindsay.
   Se disfruta que dé rienda suelta a sus meditaciones sobre títulos y nombres propios —Matar a Platón, Gabriel Miró, Leopoldo Mª Panero, Gethsemaní Ky, Guillevic...—, la narración de algunos sueños inquietantes, la argumentación de su poética, anécdotas de contemplación lírica en soledad, excursiones imprevistas a zonas de su Orihuela natal o retratos peculiares de figuras importantes de la cultura española, como el que hace de Félix Grande.
   Me gusta su capacidad de aguar la fiesta lamentándose acerca de la sobrevaloración de la ironía en la sociedad contemporánea; atendiendo a una alternativa pesimista a la filosofía del campante ecologismo humanista de Emerson, Thoreau o Muir; no esquivando la opinión sobre ciertos asuntos políticos candentes, desde su manía declarada a sor Lucía Caram hasta el martillazo de máximas como esta: «La revuelta de ayer es el estatus de hoy».

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