5/1/2024


   Por un mercantilismo cuyo material de trabajo es la inocencia, las vacaciones navideñas están diseñadas para el disfrute continuo de los niños. Por esa razón, Zoraida y yo, padres de hijos que ya no piden una muñeca, un balón o la última ocurrencia animada de los estudios Disney, hace tiempo que nos sentimos libres de cuidados y compromisos paternales propios de estos días. Hemos visitado durante una década el belén municipal en la Plaza de San Francisco, hemos ayudado a dictar la carta mágica y a echarla en el buzón dispuesto para la ocasión por El Corte Inglés o Carrefour, les hemos hecho fotos con Baltasares y Papá Noeles mal disfrazados, hemos patinado en nieve artificial, hemos sufrido viendo cómo se elevaban en camas elásticas, parques con abetos artificiales y renos de cartón piedra, hemos seguido a rajatabla el protocolo cada una de las cabalgatas...




   Por otro lado, cada cinco de enero llega reenviado por Whatsapp el poema ‘Las abarcas desiertas’, a veces acompañado de un breve texto explicativo; otras decorado con marcos infantiles, colores navideños, geometrías horteras y música adaptada de Serrat.
   Lo escribió Miguel Hernández en el corazón de la guerra civil, ayudando a Socorro Rojo Internacional e intentando recaudar dinero y juguetes para niños necesitados. ¿A que, dicho así, pareciera que Hernández era la persona más bondadosa del mundo?

Comentarios