6/1/2024


   Mi madre ha llamado para decirnos que está muy resfriada, con principio de fiebre. Se anula la comida familiar del Día de Reyes, que se convierte en un día sencillo, sin sobresaltos ni excentricidades “mágicas”. Echaba de menos esta cordura, ciertamente.
   Nos tomamos, entonces, el café con roscón real en casa. Después, leo Sólo esto, el íntimo debut de mi colega Mª Carmen Ruiz Guerrero, un libro-caja diseñado por Cristóbal Sánchez e ilustrado por Enrique Escolar, con textos escritos en fechas aleatorias. Tiene algo de seducción pero no deslumbramiento. Se nota que es una publicación primeriza. Aún así, entresaco versos muy buenos, como «la lluvia nace de dentro» o algunos fragmentos, como este de ‘Réplica y contrarréplica’:
 
¿Alegre en la vida y triste en el papel?
¿Me sirve de exorcismo la poesía?
Cómo me habéis hecho pensar en ello...
Prefiero que me veas sonreír,
llegar bailando cada día al trabajo [...]
Ya habrá tiempo para las palabras oscuras.
Está claro que están ahí,
no es fácil sobrellevar la pérdida.
Las liberaré encerrándolas en un poema,
para que no invadan las horas
que tengo a tu lado.
Me gusta iluminarte cuando me miras.



 
   Hay un poema que me ha conmovido de principio a fin, al que le veo un acabado plausible y que, realmente, funciona como anuncio de las páginas ya maduras que me encontraría después en Brocal y voraz, el que para mí es su verdadero primer libro. Se titula ‘Mujer Júpiter’:
 
Observo mientras me ducho,
mi cuerpo desnudo bajo el agua,
ni demasiado perfecto
ni demasiado imperfecto,
blanca la piel, hermosa en su fragilidad.
El cuerpo de una mujer de cuarenta años
que ha sido madre.
Viéndolo así, sólo cuerpo, materia sólo,
me pregunto:
¿Cómo es posible que se arremolinen
aquí tantos proyectos,
tantas inquietudes, tantos
cataclismos, sueños y desesperanzas?
Un cuerpo pequeño, finito,
tan insignificante
comparado con la energía que encierra...
Si cada sentimiento decidiera
dejarse ver,
sería una mujer Júpiter, un planeta
de órbitas en caos
enredado entre tus satélites.
Pero ninguno de mis pensamientos
está expuesto,
no al menos en toda su intensidad.
Siguen, a punto siempre de estallar,
apiñados en este cuerpo
sobre el que ahora veo caer el agua,
lentamente, con una morosidad
que me hace cerrar los ojos
y olvidarme de la marea atrapada.

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