Un
8 de enero nació y un 10 de enero murió David Bowie. Entre estos tres días del
mes consagrado al dios Jano, algunos suspiramos y damos las gracias al hombre
de la Estrella Negra por su cancionero. No he visto a nadie del mundo de la
música popular que se haya despedido de la vida con esa generosidad artística.
El
testamento de Cohen también fue talentoso, aunque en este caso creo que
involuntario. De todas maneras, por Cohen siento más admiración literaria que
musical.
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Me alegra y me enorgullece la racha de aplauso y
reconocimiento que está obteniendo la obra de Diego Sánchez Aguilar. De hecho,
creo que no es adecuado llamarlo racha, solamente está recogiendo la cosecha
que se merece desde ese ya lejano Diario
de las bestias blancas hasta su último premio en León con El nudo. Hoy me ha dicho que, aunque no
se ha informado oficialmente, le han dado el premio Alfonso X de Literatura por
Los que escuchan. Además, tiene un
libro de relatos pendiente del fallo de otro premio editorial importante. Tras
dos años de adaptación en Londres, que coincidieron con el paralizante contexto
de la pandemia, ahora Diego se encuentra, creo, en una cumbre de su actividad
literaria. Y yo, en Cartagena, desde mi escritorio de la Avenida Reina Victoria
Eugenia, recibo estas noticias y celebro con emoción que su talento sea
correspondido. La amistad es lo más parecido a la familia.
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