¿Puedes pretender que
lo que llamas la felicidad de la virtud esté exento de penas, de obstáculos y
de inquietudes? ¿Qué nombre le darías a la prisión, a las cruces, a los
suplicios y a las torturas de los tiranos? ¿Dirías, como dicen los místicos,
que lo que atormenta el cuerpo es una felicidad para el alma? No osarías
decirlo; es una paradoja insostenible. Esta felicidad, que tanto señalas, está
pues mezclada de mil penas, o, para hablar con más exactitud, no es más que un
tejido de desgracias a través de las cuales uno tiende a la plenitud. Entonces,
si la fuerza de la imaginación hace posible encontrar placer en esos males,
porque pueden conducir a un fin dichoso que uno espera, ¿por qué tratas de
contradictoria y de insensata, en mi conducta, una disposición del todo
semejante? El camino que recorro es desgraciado; pero la esperanza de llegar a
la meta esparce siempre en él la dulzura, y me creeré demasiado pagado, por un
momento que pase con mi amada, por todas las penas que haya tenido que sufrir
para obtenerlo. Todas las cosas me parecen pues iguales, de tu lado y del mío;
o si hay alguna diferencia es en provecho mío, pues la felicidad que espero
está próxima, y la otra está lejana; la mía es de naturaleza de las penas, es
decir, sensible al cuerpo, y la otra es de una naturaleza desconocida, que no
es cierta sino por la fe.
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