He acompañado a mi madre a hacer
una gestión bancaria. Cuando estábamos casi despidiéndonos de la empleada, he
observado un cartel pegado a la ventanilla con una cuenta corriente para ayudar
a los damnificados por el terremoto en Haití. El corazón me ha dado un vuelco y
he rogado a mi madre que ingresara algo, diez o quince euros, en esa cuenta. Lo
he hecho con una expresión entre la lástima y la ilusión infantil del que
quiere ayudar ante una tragedia de tal magnitud. Ha sido un acto puro.
Madre, un poco a regañadientes, ha ordenado el ingreso y ambos hemos salido contentos del banco hacia nuestras casas.
Por la tarde me he arrepentido de ese ruego.
Madre, un poco a regañadientes, ha ordenado el ingreso y ambos hemos salido contentos del banco hacia nuestras casas.
Por la tarde me he arrepentido de ese ruego.
Comentarios
Publicar un comentario