Con cierta frecuencia, cuando el
vino calienta las mejillas y las lenguas en una cena amistosa, saltan temas
peliagudos que en un contexto de sobriedad ni siquiera serían sugeridos. Por
ejemplo, el tema del patriotismo. En seguida intento cerrar esta resbalosa
cuestión para que la fiesta continúe por otros derroteros más útiles de
desinhibición y trompa libre, aunque debo reconocer que no soy nada original
respondiendo a la pregunta de qué entiendo yo por ser patriótico. Simplemente
copio a Albert Camus adaptándolo a mi circunstancia. «Mi patria es la lengua
española», digo.
Se quedan todos los comensales
pensativos durante dos segundos, y entonces es cuando pasamos del vino a los
cubatas.
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