24/11/2014




Ando escuchando El viaje a ninguna parte toda la tarde. Bunbury desmontó el circo. Y no porque los enanos le hubiesen crecido. Más bien le estaba ocurriendo todo lo contrario: las pulgas se iban amaestrando solas. La cancelación repentina de la gira de su disco en directo Freak show en el verano de 2005 fue un golpe para los incondicionales. ¿Dónde se escondió el artista? Si hacemos caso al enigma propuesto en Viaje a ninguna parte obtendremos la respuesta en el mismo título. Y es que Bunbury se había labrado él solito, sin ayuda, un particular camino hacia el abismo desde hacía casi diez años. Rebobinemos brevemente: con Radical Sonora sorprendió a propios y extraños proponiendo un cambio extremo de vestuario, estilo y filosofía de vida respecto a Héroes del Silencio; con Pequeño hizo que hasta nuestras abuelas pudieran escuchar rock contemporáneo cantado en español y también consiguió que los amantes de la música no pronunciásemos el explotadísimo adjetivo ‘latino’ sin que se nos cayera la cara de vergüenza; con Flamingos demostró que desde la música popular aún podían dinamitarse convenciones estéticas y mirar hacia Latinoamérica con la cabeza bien alta, sin provocar pena, sin insistir en el victimismo de los epígonos de Manu Chao.
Aunque parezca una contradicción, Viaje a ninguna parte no fue más que la parada en el vértice del volcán de la creatividad. ¿Obra maestra o pérdida total de la orientación? Con este músico uno se ve obligado a tomar posiciones de inmediato. Yo creo que Bunbury se colocó, orgulloso, en la cima de su carrera. Desde el inicio a la mexicana de ‘Que tengas suertecita’ hasta ese tango esquizofrénico con tintes de vals vienés que es ‘Canto’ se exponía un rosario de canciones en las que veneraba a juglares del fracaso como Dylan, Tom Waits o Nick Cave (‘Los restos del naufragio’) porque padecía la resaca de amores y celos nacidos en la noche tabernaria de ciudades sudamericanas que frecuentaba (‘El rescate’, ‘Carmen Jones’, ‘En la pulpería de Lucita’, ‘Una canción triste’, ‘No me llames cariño’, ‘La chica triste que te hacía reír’). Parecía que la tristeza se apoderaba del ánimo de este tahúr cuando de repente se sacaba un as de la manga y nos ponía a bailar a todos a ritmo de sonido dixieland en ‘Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha’. Tanto la autocrítica como la crítica social y política han sido inherentes al pentagrama de este cuerdo maquillado, de modo que también las encontramos en temas como ‘La señorita hermafrodita’, ‘Adiós, compañeros, adiós’ o ‘El aragonés errante’. Y en mitad de esta fiesta dispuso un título de energía huracanada —nunca mejor dicho, a tenor de la banda que lo acompañaba, El Huracán Ambulante— como es ‘Anidando liendres’; en él se juntaban la fuerza del metal antiguo en el estribillo con la herencia actualizada de dos continentes cargados de historia indígena y occidental. Aquí Bunbury destapa, agita y derrocha la coctelera euro-americana: cabaret berlinés de entreguerras a lo Kurt Weill, dolor del tanguista, tres caribeño, júbilo circense de la factoría freak del cineasta Tod Browning, vientos aztecas, violines pamperos, guitarras eléctricas… Fue el grito de los raros, los marginados que ostentaban la corona. Se tuvieron que disfrazar para conseguirla y obtuvieron los resultados esperados.
A pesar del anuncio de despedida indefinida, el zaragozano siguió dándonos lecciones de teatro hecho música en trabajos posteriores: Hellville de LuxeLas consecuenciasLicenciado Cantinas y Palosanto. Como se ve, la función no acabó en Viaje a ninguna parte ni acabará hasta que Bunbury exhale su último suspiro. Lo sé. Seguro que no.

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