3/1/2016


   El Cela que más he saboreado no es el de la ficción novelística. Apenas he leído La familia de Pascual DuarteLa colmenaPabellón de reposo y Cristo versus Arizona. Tampoco el de la ficción dramática experimental y oportunista —María SabinaEl carro de heno o el inventor de la guillotina— ni el de la poesía cachonda o picantona de Viaje a USA o El que la sigue la mata, que tiene su gracia, no lo voy a negar, pero que se suele quedar en versos chistosos de usar y tirar, y algunos sin fuste. He disfrutado mucho más con el Cela articulista, el entrevistador de Conversaciones españolas o con mis dos Celas favoritos: el observador ocurrente de apuntes carpetovetónicos —Izas, rabizas y colipoterrasLa insólita y gloriosa hazaña del cipote de ArchidonaToreo de salón— y el de la ficción viajera —BarcelonaViaje al Pirineo de LéridaViaje a la Alcarria—, cuando se embute fácilmente en un traje de costumbrismo socarrón zurcido con pedazos de mala leche, extravagancia, ternura, nostalgia, crítica, autocrítica y sobre todo humanismo.
   Creí que la coralidad rural de Viaje a la Alcarria era insuperable, pero he de decir que Nuevo viaje a la Alcarria, escrito por encargo en plena democracia felipista y educación televisiva, con cuarenta años y cuarenta kilos de más, conducido por la exuberante negra Viviana Gordon (Oteliña) en un Rolls-Royce, coloreando el neo-costumbrismo de pueblos que aún se resistían a homogeneizarse, iguala como mínimo ese récord.

         —¿Quiere refrescar un poco la garganta?
         —Sí quiero, ¿no voy a querer?
         —¿Le damos un poco a las chuletas?
         —¿A usted qué le parece?


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