10/7/2016




   Lou Reed al filo de la navaja, el Peter Gabriel más enmascarado, guitarras pesadas y extremas de Fen, Tribulation, Evoken, Saturnus, Katatonia, Virgin Black, Slayer, Draconian, Ava Inferi, Behemoth, Black Sabbath, Moonspell, o el maltrato a las putas y a los negros narrado en el mástil y la armónica de Bob Dylan. Epígrafes que son la banda sonora de Noctem, de triste espada ensangrentada y contemplación en la cumbre del infierno con el ánimo vacío.
   ¿Todas las lágrimas de los hijos son culpa de sus padres? ¿Y viceversa? Hablemos de la culpa. Apartemos la religión, experta en ese sentimiento. El autor, además, ya se ha alejado lo suficientemente de la creencia y, por supuesto, de la institución eclesiástica. Entonces, en este libro —y en el anterior, Metal negro— existe la culpa porque existe un individuo que tiene un desarrollado sentido de la moral, que sabe que la solución para cualquier culpa es reconocerla: «Decidme si también sentís este mismo miedo, / esta certeza odiosa de playas traicionadas, / la liana débil, la mano al cielo, las arenas / movedizas». Y así se puede vivir en la noche, inmaculadamente ennegrecido. Por eso el death metal de los australianos Be’lakor arpegia el poema ‘Juramentos’ bajo la tiniebla marítima, sentado en un cabo, sintiendo el salitre muy dentro, olvidando ya toda perversión y deshonor, pegándole un manotazo al bote de los ansiolíticos, aceptando la herencia de Sísifo con el regusto del vino y el eco de su mensaje.


Nada ha cambiado.
Nos hemos vuelto como nos dijeron,
jodidos veraneantes,
turistas al calor del agosto que sólo entiende
de sombrillas y chiringuitos
llenos de borrachos.

Mientras, algo se larva en el océano,
los fieles carpinteros
de los viejos barcos ahogados
trabajan en ataúdes de los que no escaparemos.
A quién pediremos clemencia
cuando el nombre que traigan las mareas
sea el nuestro.
Cuándo se nos hizo demasiado tarde. 

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