5/8/2016


   La primera persona que me habló de Jean Echenoz fue mi amigo Alfonso García-Villalba, en 2004. Me recomendó especialmente Me voy. En esos tiempos andaba yo revisando en la cabeza a Rilke, a Ajmátova y a Gide, de modo que la apunté en la carpeta de “recomendaciones enérgicas de amigos con criterio”. Sin embargo, han pasado doce años de aquella conversación en el puerto de Cartagena y ahí tengo el título, todavía pendiente, con sus páginas vírgenes a mis ojos. Correr, publicada en España en 2010, cayó en mis manos de casualidad ayer, es lo primero que he leído de Echenoz y no tengo ni idea del nivel de su anterior obra, si con Correr bajó el listón, si se repitió, si depuró su estilo o si se arriesgó hacia otra estética narrativa. Debo reconocer que esa libertad de lo fortuito, precisamente, es la que más me satisface cuando me apunto a una tómbola lectora.




   Correr me ha dado unas horas agradables, como espero de una novela escogida especialmente para terraza, playa o sofá veraniego. Echenoz experimenta escribiendo la biografía del atleta checo Emil Zátopek a modo de guión de documental de tres cuartos de hora en Canal Historia.
   He acertado en la elección, ya que Echenoz narra, no reflexiona. Eso lo deja para que cuando levantes la vista del libro se te quede el regusto ligero, irónico y amargo de “vaya tela con los nazis en Praga, vaya tela con el dominio soviético, vaya tela con el poder y el terror, y vaya tela con los héroes humillados como Zátopek”.
   Pocos corrían de forma tan rara como este hombre-locomotora. No sé si muchos podrían escribir una novela sobre Zátopek emulando una carrera suya.
   Probablemente Correr no sea la mejor obra de Echenoz, pero, qué leches, tampoco el Rubber Soul es el mejor disco de The Beatles. Me explico, ¿no?

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