21/12/2017


   Hermann y Dorotea de J. W. Goethe. Quién pudiera leer el original de este idilio burgués en hexámetros alemanes de imitación homérica. O, mejor, quién pudiera leer su Fausto o su Viaje a Italia [Italienische Reise]. No se puede tener todo, de modo que nos contentamos con la traducción en prosa al castellano de Alfredo Gallant, que, por otra parte, prefiero a ciertos retos desastrosos de convertir al verso español ciertos monumentos en su original italiano, francés, inglés, latín o griego antiguo. Ya me ha pasado con la Vita Nuova de Dante o con alguna comedia de Shakespeare.




   Pero a lo que iba es que Goethe, creo, fracasa en esta obra olvidada —¿con justicia?— planteando una “revolución desde el cortijo/chalet” en la que sí triunfa el amor, pero bendecido por un cura, consensuado con los padres y presenciado por el boticario, esa figura tan añeja como rancia de la literatura universal.
   Quizá no se pudiera pedir otra cosa tras la tragedia continua que se vivía en la civilización europea posterior a la Revolución Francesa.
   Quizá la propuesta —aburridísima, confortable— de Goethe a través de estos nueve cantos dedicados a las musas clásicas sea regresar al pastoreo y a la siembra, a la armonía humana y natural.
   Por mi parte, yo en el campo duro tres días. Al cuarto ya estoy del olor a cabra hasta la coronilla. Supongo que eso me convierte en un revolucionario afrancesado...
   Vale, vale. No frivolicemos.
   Lo dicho: no se puede tener todo.
   Y no lo digo yo. Lo dice la vida.

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