6/5/2018


   La novela policíaca vivió una explosión de éxito comercial que se mantuvo pujante hasta más de la mitad del siglo XX. Los lectores actuales asiduos a este género suelen afirmar que la novela policíaca es el ejercicio de lectura más inteligente. Se presta a discrepar de inmediato esta afirmación, pero puedo comprender por qué lo dicen, así que no me meteré en ese jardín.
   Eso sí. Siempre que releo El escarabajo de oro o cualquier relato detectivesco de Poe, me salta una pregunta de inquisición histórica: ¿con quién empieza realmente el género policial? Arthur Conan Doyle llegó a preguntar con ocasión del centenario de Poe, su héroe de infancia, en una cena conmemorativa en Londres: «¿Dónde estaba la narración detectivesca antes de que Poe le insuflara el aliento de la vida?». Aun así, me resisto a creer que popularmente (y no oficialmente) el género naciese en Filadelfia, Pennsylvania, en abril de 1841, con la aparición de ‘Los crímenes de la calle Morgue’ en el Graham’s Magazine.
   García Pavón, por otro lado, decía que cuando se leen esas historias eruditas acerca del origen de la novela policíaca se llega a la conclusión de que Sherlock Holmes es un producto muy posterior en la galería de los detectives inventados a pluma.
   En definitiva, antes de Sherlock Holmes todo fueron tentativas y aproximaciones. Con él empieza de verdad el género.




   Sin embargo, no terminan los elogios a Poe. Pienso en el cálido y sorprendente homenaje que recibió póstumamente en un cuento del mismísimo John Dickson Carr, uno de los grandes del género, titulado ‘Un caballero de París’. Poe encarna, por supuesto, a un personaje misterioso, alcohólico, que aparece y desaparece de un día para otro, pero que siempre se encuentra con el protagonista Lafayette en una taberna de Broadway. Será él mismo (Thaddeus Perley, así se llama en este breve relato) quien resuelva el caso sin apenas moverse de una mesa arrinconada de la taberna. El asunto en cuestión acarrea consigo un segundo homenaje, pues se trata de averiguar dónde se halla un documento (testamento) de suma importancia para Lafayette, el cual se rompe la cabeza en busca de esos papeles sin conseguir nada. Pero la tremenda complicación que para este último y los demás personajes supone el hallazgo del documento se convierte para Thaddeus Perley en una demostración de lo más sencillo. Observamos entonces una evidente semejanza con la trama del tercer cuento detectivesco de la trilogía dupiniana, ‘La carta robada’, donde el bosque tapa los ojos a la policía sin que pueda ver el árbol.
   El elogio, que John Dickson Carr deja contratado al maestro del enigma se imprime de forma gráfica al finalizar el relato:

“por una botella del mejor brandy 45 centavos”
(firmado: Edgar Allan Poe)

   Hay otro dato anecdótico: la similitud que existe entre el apellido del personaje que encarna a Poe en el relato (Perley) y el pseudónimo que este mismo en la vida real quiso que le pusieran (Perry) cuando se alistó a la marina y fue destinado a la isla de Sullivan, de la que más adelante realizaría una vívida descripción en uno de los cuentos de misterio más logrados de su carrera literaria, ni más ni menos que El escarabajo de oro.

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