29/12/2018


   El monstruo ama su laberinto de Charles Simic, traducido por Jordi Doce.
   Anotaciones, copias de citas, esbozos de ideas para un futuro texto, reflexiones que se convierten por inercia en una especie de microrrelato o se quedan en un radiante aforismo, apuntes o anécdotas autobiográficas, apostillas políticas, convicciones culturales, metafísicas, sociales... Todo con el sello de Simic, con ese tono de humor áspero, con la ironía amortiguando el lado trágico de las cosas. Este cuaderno está cargado de admiración por las excelencias halladas entre la realidad, habilitado con proyectiles imaginativos que dan cuenta de la persecución que ha tenido siempre su creador por observar el placer y la dignidad en lo común.
   Curioso. Simic, uno de los mejores poetas vivos del mundo, no parece un poeta escribiendo. Y, extrañamente, eso se agradece.




   Las riquezas infinitas de una habitación vacía. El silencio vuelve visible la que ahora parece la mota de polvo más interesante del mundo.

+++++

   Preservar el punto de vista del individuo es una lucha sin fin. La tribu siempre intenta reformarte, enseñarte modales y un nuevo vocabulario.

+++++

   Uno de tantos recuerdos de posguerra: un carrito de bebé empujado por una anciana con joroba; y sentado en él, su hijo, con las dos piernas amputadas.
   Ella estaba regateando con el tendero cuando el carrito se le escapó. La calle tenía tanto desnivel que el carrito empezó a rodar cuesta abajo con el tullido agitando la muleta, la madre pidiendo ayuda a gritos, y todo el mundo riéndose como si estuviera en el cine. Buster Keaton o alguien por el estilo a punto de caer por el acantilado...
   Uno se reía porque sabía que acabaría bien. Uno se llevaba una sorpresa cuando no era así.

+++++

   Mi conciencia: una niña con un vestido blanco de comunión desplomada en la cama de una pensión de mala muerte.

+++++

   Lo que la izquierda y la derecha políticas tienen en común es su odio a la literatura y el arte modernos. Ahora que lo pienso, todas las Iglesias comparten ese odio, lo que nos deja sin muchos apoyos. Por un lado tienes al rico imbécil que colecciona latas de sopa de Andy Warhol, y por otro a un pobre muchacho enamorado de los poemas de Russell Edson y Sylvia Plath. ¡Dios santo!

Comentarios