He leído Ordesa en unas horas. Manuel Vilas se cayó
en una especie de marmita de alta tensión y la fórmula potencial en la que se
bañó no se le gastará hasta el fin de sus días. Ordesa es una maravilla de electricidad narrativa de principio a
fin. Abandoné el lápiz de subrayar a la quinta o sexta página. Copio este
fragmento al azar.
Llevo ya mucho tiempo sin beber.
Creí que no lo conseguiría, pero lo he
conseguido. Hay ocasiones en que me apetece muchísimo tomarme una cerveza, una
copa de vino blanco muy frío. La bebida me estaba matando, iba a ella de forma
compulsiva, buscando el fin. Reaccioné. Ahora sigo sufriendo, pero no bebo.
Bebí muchísimo. Tuve dos ingresos
hospitalarios. Me caía en mitad de la calle y venía la policía.
Todo alcohólico llega al momento en que
debe elegir entre seguir bebiendo o seguir viviendo. Una especie de elección
ortográfica: o te quedas con las bes o con las uves. Y resulta que acabas
amando mucho a tu propia vida, por insípida y miserable que sea. Hay otros
que no, que no salen, que mueren. Quien ha bebido mucho sabe que el alcohol es
una herramienta que rompe el candado del mundo. Acabas viéndolo todo mejor, si
luego sabes salir de allí, claro.
Beber era más importante que vivir, era
el paraíso.
Beber mejoraba el mundo, y eso siempre
será así.
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