29/2/2020


   Por la mañana voy a la presentación en la librería Diego Marín de Postales en una casa de galletas de Ángel Manuel. Con esa obra ganó el premio Dionisia García hace varios años. Por una mala suerte de circunstancias burocráticas, Editum lo publica ahora.
   Llego una hora tarde a la cita y la presentación acaba de terminar.
   Veo a la misma Dionisia García allí. La maestra es de lo más agradable, una mujer de alta educación, sabia. También encuentro a Rubén Castillo, Teresa Vicente, Pascual García, Isabelle García Molina y otros.
   Tras las firmas del libro, nos vamos a tomar unas cervezas al quiosco de la Plaza de la Universidad la familia de Ángel Manuel, Héctor Castilla y el joven poeta Luis Escavy. Tratamos por encima, entre serios y cachondos, el pastel de los premios que la nueva generación española de jóvenes escritores se está repartiendo, con los mismos codazos y las mismas cuchilladas que cuando nosotros teníamos veintitantos. La misma mierda con diferentes moscas. Y eso que toda esa nueva generación anunciaba un cambio estructural en las formas de canalizar la poesía en nuestro país. Al recordar esto, la carcajada se ha oído en la otra punta de la ciudad.
   Por la tarde leo Viaje a Italia de Goethe en los parones de los pasillos de los almacenes IKEA de Murcia, mientras Zoraida va observando sillones de escritorio, armarios zapateros y objetos de decoración doméstica.
   La gente no me mira raramente, como sí lo hace cuando compramos en Carrefour o en Primark, ya que en IKEA parece que estoy consultando un grueso catálogo de muebles. El camuflaje aquí, aunque involuntario, es perfecto.
   Por otro lado, vemos a gente que está casi vestida de domingo, con maquillaje, minifalda, botines... ¿Están tomando una visita curiosa de unas horas a IKEA como una especie de paseo vespertino por el Malecón? ¿Se puede ser más cateto?



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