La fea burguesía de Miguel Espinosa.
Llego tarde
también, para variar, a la obra de Espinosa. No pocos de mis mayores y mis
contemporáneos se han lamentado de la escasa atención que le ha prestado al
caravaqueño la historiografía literaria. Quizá se deba a que nació y murió en
la periférica Región de Murcia. Los decenios en que vivió no daban oportunidad
de gloria para aquellos escritores que analizaban la provincia desde la
provincia. Puede ser que ese ostracismo se deba a que la mayoría de su obra se
publicó póstumamente. Si fuera así, ¿por qué no se ha recuperado ya su obra
completa y no ha sido anunciada a bombo y platillo como un tesoro escondido de
la prosa española, como se ha hecho, por ejemplo, con Manuel Chaves Nogales? Ya
me contesto yo solo: Espinosa no tiene una biografía apasionante.
Podría
argüirse que se debe a razones estéticas, ya que Espinosa fue un novelista
experimental, de carácter imaginativo, intelectual, culturalista, de estilo digresivo,
con frecuencia alegórico, de tono poemático, practicando una narrativa que
rompía con los límites de los géneros... Tampoco me vale mucho, pues hay
autores con un perfil cercano a la etiqueta de “autor raro” (Sánchez Ferlosio,
Martín Santos, Benet, Cela, Delibes y en ocasiones Torrente Ballester) que sí
están colocados en un lugar plausible de la crítica histórica y han tratado
temas como la corrupción, la libertad, el abuso de poder o la mediocridad de las
clases burguesas.
Llegados a
este punto, me alegra saber que Espinosa, al menos, sí es profeta en su tierra:
La fea burguesía, una editorial de Murcia homónima al título de esta novela, la
ha reeditado con mimo. También lo ha hecho con Asklepios, el último griego y Escuela de mandarines. Ojalá poco a poco se anime con el resto de la obra espinosiana. O, al menos, que contagie
ese afán o envidia de recuperarla a alguna editorial de mayor ambición
empresarial, y así, los curiosos no nos veamos obligados a pedir prestados a
amigos viejas ediciones, olfatear por internet o en librerías de viejo para
completar el puzle Espinosa. Por lo que a mí respecta, ni me gusta la mendicidad
libresca ni siento placer en hacer de Indiana Jones bibliófilo.
—Esta noche voy a cenar con Mariano; el catedrático
disertará sobre complicaciones gubernamentales, intrigas académicas, planes de
enseñanza, mesas de despacho, contrajugadas de enemigos, adjuntías vacantes,
elección de decano, dotaciones ministeriales. ¿Habría de cenar contigo? Y ¿para
qué? Igual respondería al propio Cervantes. ¿Habría yo de cenar con Cervantes?
Otra cosa sería cenar con el presidente del Instituto Cervantino, en Bruselas,
en París, en Roma o en Moscú. No intentes argüir la irrealidad de Mariano y la
realidad de Cervantes. Los hombres mundamos amamos la irrealidad. Inmersos en
ella, sentimos fluir la libertad como don mágico, no sometido a objetividad
alguna. Al constatar que Mariano resulta mentira, mi corazón se pacifica; el
mundo queda a mi alcance. Los autores verdaderos son aburridos y vulgares,
Godinillo; carecen de exterioridad, y yo quiero cenar precisamente con una
exterioridad, ya que la
interioridad no cena: simplemente escribe.
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