Todos los pastores
éramos unos ignorantes, ésa es la verdad. Entender, lo que se dice entender, la
mayoría entendíamos algo; gracias a la radio, más que nada. Porque, como digo,
hay mucha soledad en las mountains de Idaho, y no hay pastor que pueda
sobrevivir allí sin la radio. Y pasa el tiempo, cambian los programas, sigue
pasando el tiempo, vuelven a cambiar los programas, y de pronto uno se da
cuenta de que es viejo y de que es incapaz de dar una explicación a nadie, ni
siquiera al propio nieto.
Además, y siguiendo con lo del english, yo no pensaba quedarme en
América. Mi idea era volver a mi pueblo natal, volver al Basque Country para
allí morir en paz; porque la verdad es que la tierra donde uno ha nacido es
siempre especial y que tiene su gracia eso de apagarse justo en el mismo sitio
donde nos despertaron. Pero, claro, no estaba únicamente yo: estaban también
mis hijos, y ellos crecían aquí, en América; aquí hacían amigos, aquí buscaban
novias —de origen irlandés, generalmente— y se casaban. En esas circunstancias,
volver hubiera sido una tontería y una barbaridad. Así que me quedé, me quedé
en América para siempre. Y, después de todo, no me pesa nada la decisión que
tomé, no señor, no mister. Pues, ¿qué tenía yo mientras vivía en mi country?
Nothing at all, para decirlo en pocas palabras. De comer, patatas cocidas y
habas. De vestir, unos pingos que no se pondría ni el mendicant más
zarrapastroso de aquí. Y en los pies, unas alpargatas viejas. Y dinero, lo que se
dice dinero, nunca. Nadie me daba un dólar a cambio de una letter. La verdad es
que en mi country no había ni letters. En cambio aquí, en esta ciudad americana
llamada Boise, soy Old Martin, un abuelo muy respetable que tiene una casa con
garden, un garden lleno de mimosas y rosales, y con un ciprés a la entrada,
justo delante del porche. Y así es como vivo ahora, cuidando mi garden y dando
paseos, sin ningún temor al futuro. Quizá no sea mucho, pero Old Martin se
conforma, sí señor, yes mister, ya lo creo que se conforma.
He visto, oído y leído muchas
entrevistas realizadas a Bernardo Atxaga, pero aún no me había acercado a su
universo imaginario y sospecho que no habré empezado por la pieza más
sobresaliente. No me ha disgustado Dos
letters ni el relato añadido que lo engruesa, ‘Cuando una serpiente...’,
que casi me interesa más que ‘Dos letters’ en su simbología boscosa y su lirismo
rural, pero algo me dice que este escritor guarda para mí algo más suculento.
En el ficticio Obaba, donde se
ambienta Dos letters, tendré que
sumergirme de lleno algún día. Tengo Obabakoak
criando telarañas en la estantería. Ya estoy tardando treinta y dos años en
quitárselas.
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