1/9/2021


   Releo La trama celeste de Adolfo Bioy Casares. Su narrativa tiene una fisonomía propia, su estilo es claro y pulcro, su equilibrio se nota en todo; su actitud es bienhumorada, parece pudoroso en su crudeza, condescendiente con el hombre; su constante sentimental bordea intencionadamente lo cursi.
   Este libro me dice que el conocimiento de la realidad es incierto y a uno le atrae que la literatura no se agarre a una doctrina filosófica concreta. Burlándose a veces de alguno de sus personajes, Bioy no llega nunca al sarcasmo, porque prima antes el humor —una de las formas del humanismo— que la ironía.
   Los seis relatos que componen La trama celeste tienen cierto aire de familia.
   He leído varios reportajes en los que el mismo Bioy afirma que su relato ‘El ídolo’ produce un cambio en su estilo. A pesar de esa buena noticia para el autor, a mí, tanto ‘El ídolo’ como ‘De los reinos futuros’ me parecen edificios con grietas.
   La voz narrativa esencial es protagónica. Aunque aparece por escrito, tiene una capa de oralidad que la cubre bien. En ‘El perjurio de la nieve’ un periodista revela su oficio y los vicios de su estilo; en ‘El otro laberinto’ habla un autor de novelas policiales; en ‘De los reyes futuros’ y ‘La trama celeste’ se redactan informes, en contra de lo habitual, en primera persona.
   Aunque a Bioy le gusta que sean abiertos, los finales de La trama celeste son un ejemplo de preparación calibrada, los llamados “finales-colecta”, que recogen todos los cabos sueltos e hilos enredados vividos por personajes en situación de riesgo, sometidos a la inseguridad o al acoso. Estos sienten la necesidad de exponer lo que ha pasado y está pasando —el rasgo del informe— y lo hacen en el desencadenamiento de los hechos, frente a la inminencia de un desenlace.
   También es una nota común a las piezas de este libro el juego de versiones que se proponen, se articulan, se desechan, se implican en cada una de ellas. La concurrencia de versiones revela una concepción de la realidad y la literatura. Es una realidad textual compleja, cargada de intenciones, plena de sentidos diversos y confluyentes.
   Bioy es existencial. ¿Es existencialista? No sé. De lo único que estoy seguro es de que le atrae sobremanera la figura literaria del hombre angustiado, acosado, expuesto, sin techo que lo cobije, a la intemperie del mundo.




   Copio un fragmento del relato ‘En memoria de Paulina’.
 
   Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. “Nuestras” en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía.
   Para explicarme ese parecido argumenté que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anoté en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesía y en cada cosa hay una prefiguración de Dios. Pensé también: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.

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