Leer y vivir no son antónimos.
Tampoco sinónimos. Leer es mucho más que vivir.
Busco y encuentro escasísimas obras de altura literaria contemporánea —mucho menos con intención experimental— cuyo asunto sea la ternura, la piedad u otras cualidades. Los aspirantes a grandes escritores vivos deberían preguntarse el porqué de esta carencia y plantearse ese reto, que no aceptan, creo, por cobardía estética o, en el mejor de los casos, por falta de talento para esa empresa concreta.
Proliferan en estos días las listas de obras favoritas publicadas en 2022 y parece que la mirada y el criterio de los lectores tomasen la palabra. Por supuesto, participo de esta farsa y observo aquí y allá a autores insignificantes recomendando obras de sus amigos igualmente anodinos.
La lectura y la escritura casan completamente, como la leche y el azúcar. Sin embargo, hay veces en que lectores avezados no consiguen encauzar con talento el camino creativo. Pueden ser también lectura y escritura como el agua y el aceite.
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Me
entero, a través de Jorge Ortega, de la muerte del escritor mexicano Luis
Aguilar. No me lo creo aún. En Los Mochis compartí con él y su pareja
muchísimas carcajadas, cigarros, chelas... “¿Y tu hermano gay es tan guapo como
tú?”, me preguntaban descarados. Quisieron llevarme a visitar la Cueva de los
Murciélagos para ver el espectáculo de su vuelo torpe y escandaloso en la playa
de El Maviri, pero rehusé la invitación. Me arrepentí después.
Busco y encuentro escasísimas obras de altura literaria contemporánea —mucho menos con intención experimental— cuyo asunto sea la ternura, la piedad u otras cualidades. Los aspirantes a grandes escritores vivos deberían preguntarse el porqué de esta carencia y plantearse ese reto, que no aceptan, creo, por cobardía estética o, en el mejor de los casos, por falta de talento para esa empresa concreta.
Proliferan en estos días las listas de obras favoritas publicadas en 2022 y parece que la mirada y el criterio de los lectores tomasen la palabra. Por supuesto, participo de esta farsa y observo aquí y allá a autores insignificantes recomendando obras de sus amigos igualmente anodinos.
La lectura y la escritura casan completamente, como la leche y el azúcar. Sin embargo, hay veces en que lectores avezados no consiguen encauzar con talento el camino creativo. Pueden ser también lectura y escritura como el agua y el aceite.
Qué
lástima y qué inesperada esta noticia. Casi ninguno de sus conocidos lo sospechábamos.
He preguntado y me han dicho que le diagnosticaron tumor cerebral hace tiempo,
pero decidió arrastrar con discreción la enfermedad. Sus últimos viajes a Cuba no
eran ni lujuriosos ni literarios, como yo suponía, sino para tratar ese cáncer.
Llegó
el final en Tamaulipas, rodeado de su familia, libre y sin cargar con
despedidas amistosas.
Hojeo una y otra vez Muchachos que no besan en la boca y su dedicatoria me zarandea: «Para mi colega Juan de Dios, esperando que coincidamos en el paseo de la palabra». Ya no habrá más paseos, Luis, porque no puedes escuchar, ver ni sentir lo que yo quisiera expresarte. Ha brotado un muro que rebota mi señal. Aún así, la emito aquí: “Gracias”.
Hojeo una y otra vez Muchachos que no besan en la boca y su dedicatoria me zarandea: «Para mi colega Juan de Dios, esperando que coincidamos en el paseo de la palabra». Ya no habrá más paseos, Luis, porque no puedes escuchar, ver ni sentir lo que yo quisiera expresarte. Ha brotado un muro que rebota mi señal. Aún así, la emito aquí: “Gracias”.
Puede que ese muro solo sea de vuelta. Quizá algún día le recuerdes paseando a solas y sientas que durante unos segundos ese muro no existe ;-)
ResponderEliminarQué hermosa sería esa posibilidad. Gracias por tus palabras.
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