28/1/2023


   Larra lloraba porque escribir en el Madrid provinciano de principios del XIX tenía poca repercusión en comparación con el resto de altavoces europeos. Salvo para francófilos o anglófilos desfasados, ese complejo hispano ya se superó, pero la sensación de provincianismo geográfico sigue instalada en la conciencia popular. Todavía hoy no pocos escritores españoles sostienen que hay que ovar en los entresijos industriales de Barcelona o meterse en el embrollo de Madrid, que allí es donde se cuecen las oportunidades para el triunfo literario.
   Una obra de gran altura se puede escribir igualmente desde un retirado pueblecito que desde una urbe magnífica, porque en un lugar y en otro actualmente el suministro de bolígrafos, papel o internet funciona con la misma fluidez.
   Otro asunto es la burocracia en la pirámide de poder de la literatura, para la que no existe otra opción que estar ahí, en el corazón de ese ministerio, de cuerpo presente.
 
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   He leído La higuera de las gitanas de Noelia Cortés.
   Comienza explicando con lucidez el arañazo interno que produjo a tantas mujeres el libro de Sylvia Plath La campana de cristal, donde se visualiza la metáfora de una higuera de majestuosas ramas. Debemos elegir sólo un camino entre demasiados y esa elección significa la pérdida de los muchos otros higos, su arrugamiento y su putrefacción.




   En el segundo capítulo da un áspero repaso a Una habitación propia de Virginia Woolf, el ensayo feminista escrito por una autora de la burguesía acomodada británica. La escritora almeriense protesta, con razón, por el martilleo victimista de Woolf mientras tenía otras mujeres a su cargo que le cocinaban y limpiaban el hogar. Al final del capítulo, esta reconoce que la biografía íntima no disminuye justicia a su discurso.
   Cortés es feminista, pero esencialmente es gitanista, de modo que su mirada, su identidad y su lucha —también su ceguera, añado— están atravesadas por un rencor histórico-social poco optimista y algo desagradecido con los avances contemporáneos de Occidente.
   Señala muchos ejemplos donde la discriminación y el desprecio universal a su etnia recorre siglos y sigue instalado en la actitud, el pensamiento y las declaraciones de personajes que nunca hubiéramos imaginado ser señalados de racistas y ladrones culturales, como los músicos Kiko Veneno, Rosalía, Luis Cabrera, el presidente de la Fundació del Taller de Músics, el escritor Víctor Ros, el periodista Juan Soto Ivars o el filósofo Ernesto Castro.
   Esta escritora apenas pasa de veinticinco años. Quiero pensar que sus conclusiones son muy radicales debido a su ímpetu juvenil. Espero no equivocarme. Si no, el hacha de guerra seguirá levantada eternamente. Quizás sea ingenuo por mi parte pensar que alguna vez esa hacha estuvo bajada.

Comentarios

  1. Ganas de leerlo... ¡Un descubrimiento!
    ¡Gracias!

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    1. Muchas gracias a ti por leer esta entrada. Me alegra saber que mis impresiones puedan extender el interés por "La higuera de las gitanas".

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  2. No he leído el libro, pero tu artículo me suscita la peliaguda cuestión del resentimiento eterno. Los indigenistas en América que derriban estatuas de Colón -falta que queme una imagen del doctor Balmis- y, ahora, veo que los gitanos, esa prueba viviente de la indisolubilidad de ciertas identidades en la corriente general de una cultura, también llaman a la puerta. Es una cuestión en la que trato de sobrevolar con la razón mi primer sentimiento de rechazo a la acumulación de agravios que siglos de explotación "homo hominis" ha provocado. Un tema complejo, sí.

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    1. Lo cierto es que enfatizar una identidad para alzar una protesta porque esa identidad no ha sido normalizada -es decir diluida socialmente- es una paradoja que cada vez confunde más al lector y a los mismos autores. Gracias por tu comentario.

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