21/9/2023

 
   Hacía tiempo que no me preguntaban por qué escribo. Hoy lo ha hecho la curiosa camarera del bar donde vengo desayunando desde que empezó septiembre. Me ha preguntado exactamente: «No me interesa saber por qué publicas libros, sino por qué escribes». He contestado con rapidez, por si ella tuviera que atender en unos minutos a otros clientes, como así ha sido: «Por una mezcla de juego, terapia y narcisismo. Y cuanto más viejo me hago, más de lo primero que otra cosa». Es una respuesta casi automática que tengo preparada para cuestiones demasiado repetidas como esa, pero después, saliendo del trabajo, en la sobremesa y durante varios momentos sueltos de la tarde, incluidos los de gloriosa soledad en el baño, mi pensamiento iba añadiendo argumentos a una interlocutora ausente.
   Pues a veces escribo para olvidarme de un problema, como quien fuma hierba o bebe alcohol, aunque sepa que el problema va a seguir estando presente cuando termine de escribir, pero al menos lo habré apaciguado durante unas horas. Otras veces escribo para coquetear con el futuro acostándome con el presente; para sentir, imaginar que soy una presencia entre los desaparecidos lejanos de mi árbol genealógico; para rendir tributo a mi padre, Salvador, y a mi madre, Juana, sin los que el matorral de la Limaria almeriense no se hubiese ligado para siempre a la sabina mora de Nueva Cartago. Un desierto, paradójicamente, educando al mar.




   Me imprimieron el amor inmenso a las palabras no una novela o un poema, sino varios diccionarios etimológicos que consulté durante mi infancia y juventud cientos de veces en las estanterías del despacho paterno. La verdad ficticia que los filólogos montan para justificar el origen de algunos vocablos es fascinante.
   Y tengo claro que la literatura no tiene nacionalidad. No existe, para mí, la literatura china ni la paraguaya, por ejemplo. Lógicamente, los escritores tenemos documentos de identidad nacional, pero el material primario con el que trabaja la escritura es el espíritu, la voluntad, y la voluntad no tiene confines, porque la literatura, en sí misma, es un país. Y, si vamos al fondo de la cuestión, las voces de Sei Shōnagon, Virginia Woolf, Emilia Pardo Bazán o Anna Ajmátova me hablan en el idioma internacional de ese país.
   Nunca escuchará la camarera matutina los apuntes que ha provocado con su pregunta.

Comentarios

  1. Para sentir, imaginar que soy una presencia entre los desaparecidos lejanos de mi árbol genealógico 🥺😔🥰

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  2. Gracias por esas palabras y por muchas otras. Un beso pensionista.

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    1. Muchas gracias a ti por entrar a leerlas. Si eres "pensionista", eres de mi familia. Un beso.

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