15/4/2024


   He vivido las tinieblas del último mes en dos quincenas de fondo diferente, uno trágico y otro turbio.
   La primera está marcada por la muerte de mi amigo José Óscar López la tarde fatal del 13 de marzo. Tras el estacazo de la noticia, cuya impresión resurge todavía, cada vez que pienso en la energía contagiosa que él derrochaba, mi pensamiento va de inmediato dirigido a su mujer, nuestra querida Esther, que tenía tan buena conexión con la mía, y a Pablo y Alicia, sus hijos. Mi mente aún no quiere aceptar que José Óscar ya no está entre nosotros. En cualquier momento pareciera que va a mandarme un mensaje simpático consultándome alguna duda cultural, o que me va a llamar con ilusión veraniega porque en unas horas estaremos en Cala Flores festejando cualquier cosa y echándonos unas risas de escándalo con Diego, Mª Luisa, Chessa, Zoraida, Antonio, Pencho, Cristina, Joseda...
   Uno sabe que el paso de los días juega a nuestro favor para aliviar la pena, pero quizás sea aún pronto. Su presencia sigue agazapada y salta sin aviso en forma de llanto o escalofrío, donde sea: en el trabajo, en la ducha, desayunando, antes de conciliar el sueño, en conversaciones telefónicas con amigos comunes...
   Mi compadre Ángel Manuel y yo hemos decidido coordinar para el próximo otoño un número monográfico en El coloquio de los perros dedicado a la figura de José Óscar. Será una manera curativa de despedirnos y celebrar como se merecen su literatura y su arte gráfico.




   La segunda quincena la ha protagonizado mi tercera y más prolongada hospitalización por diverticulitis aguda. Paradójicamente, fui ingresado un Domingo de Resurrección. En esta ocasión, la infección del sigma intestinal era mayor de lo que se creía: un divertículo tuvo un absceso y el pus hizo su magia en el colon.
   Tras una semana y media de penitencia, el especialista digestivo decidió darme el alta con una larga lista de pautas alimenticias que espantarían a un talibán del brócoli.
   El último médico que me vio fue el nutricionista. Me dijo: «piensa en tu intestino como en tu segundo cerebro». Primero especulé: «Seguro que el cardiólogo o el neumólogo le dicen también eso a sus pacientes». Después, me agarré a esa idea fuerte por pura supervivencia.
   Ha sido un susto muy importante. Días duros de encierro, mucha incertidumbre y seria reflexión. Se acabaron las comilonas y otro tipo de excesos. Se impondrá la aristotélica moderación. Ahora debo escuchar sobre todo a mi cuerpo, porque el rocanrol ha terminado. Qué se le va a hacer. Fue divertido mientras duró.
   Quiero seguir respirando. Algo de batalla también habré de seguir dando a mis enemigos, ¿no? Sería injusto dejarles las cosas tan fáciles.

Comentarios

  1. Buenas noches, Juan Ángel. Qué bien que se te haya ido la mano escribiéndome tu caso, ofreciendo tu comprensión, dándome consejo y ánimo. Realmente, te lo agradezco muchísimo. Te mando un fortísimo abrazo, con el deseo de poder tomar un café (descafeinado, seguramente) y vernos más pronto que tarde.

    ResponderEliminar
  2. Un abrazo grande mi Juanico!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario